Coetzee, J.M Novela

Esperando a los bárbaros- J.M.Coetzee

Martin A. La Regina

¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.

Dicen que J.M. Coetzee tomó el título de esta novela del poema del griego Konstantinos Kavafis. Dicen que se puede concluir que la narración transcurre en Sudáfrica. También dicen que el sudafricano se inspiró en el italiano Buzzati y su obra El desierto de los tártaros. Y dicen, para terminar, que tanto uno como otro deben el aliento a Kafka.

Lo de Kafka y Coetzee no es nuevo, ya que él mismo ha reconocido la influencia de éste en su narrativa. Si la visión de la experiencia humana ante ese laberinto incomprensible hasta el punto de volverse absurdo que alumbró Kafka devino en parábola pura, “con tantos significados como lectores pueda llegar a tener”, Coetzee analiza el Poder, a través de la historia de un pueblo que vive en los límites de la frontera con los nómadas, en apariencia sin sobresaltos, hasta que llega el desasosiego ante el rumor de una posible invasión de los bárbaros alentada por el Imperio.

Al igual que en El desierto de los tártaros, en el que se espera un ataque que nunca llega a producirse, un gobierno imperialista inventa un enemigo para justificar la violencia, las violaciones, la tortura, la muerte, en una palabra la represión, en Esperando a los bárbaros.

Esperando a los Bárbaros, más allá de sus méritos literarios, es un recordatorio de que las formas colectivas de exclusión no respetan geografías ni tiempos y parecen estar grabadas como temibles posibilidades en lo profundo del corazón humano. Diego Sheinbaum. 

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Imagen: bert nienhaus

Al prescindir de cualquier noción de ubicación y de tiempo, lo leído se vuelve tan inconcreto que asusta por sus dimensiones, sólo ya al nombrar al Imperio. ¿Qué podemos esperar?. Que quiera defender sus márgenes civilizados, que quiera sacar las garras y masacrar a todo aquel que se oponga a su necesidad de extenderse, aumentar, crecer. La invención del peligro y de un enemigo inexistente, son los hallazgos necesarios para propiciar que llegue la barbarie, incluso para llegar a reclamar su llegada ante el miedo difuso y manejado del peligro latente que parece emanar de los “otros”. La aparición de la policía y de un destacamento militar convertirán lo hipotético en realidad.

La relación del Magistrado, que administra el pueblo fronterizo y representa la ley, con una joven bárbara, una especie de esclavitud nunca consumada sexualmente que condena a la mujer a realizar masajes al hombre que roza la vejez, pero que el Magistrado emprende como una forma de búsqueda de perdón (una expiación), le hará comprender al final la naturaleza egoísta del mismo e intentará exculparse devolviendo a la joven a su lugar, lo que provocará que el Imperio se vuelva contra él.

El Imperio ataca a todo aquel que suponga una amenaza, no sólo a los bárbaros, también a los que, como el Magistrado, han dado un paso en su defensa. La salvaje tortura a la que someten al Magistrado es uno de los mecanismos de los que se vale el Imperio para someter, tras ella el hombre se encuentra despojado de todo en un acto de deshumanización total, quedando convertido en carne y huesos, y haciendo del Magistrado una víctima más del Imperio.

“Pero es ahora cuando empiezo a comprender lo fundamental que es la libertad. ¿Qué clase de libertad me han dejado? La libertad de comer o pasar hambre; permanecer en silencio o parlotear conmigo mismo o aporrear la puerta o gritar. Si cuando me encerraron aquí yo era el objeto de una injusticia, una injusticia insignificante, ahora no soy más que un montón de sangre, huesos y carne que se siente desgraciado.” (pág.127)

Los mecanismos logran su éxito, y si “Cuando los acuartelaron por primera vez, el pueblo los recibió con frialdad…Ahora que estos soldados forasteros parecen ser todo lo que se interponen entre nosotros y la destrucción, les agasajan con fervor.” (pág. 190). La sumisión que acaba anulando al individuo, bajo las órdenes que llegan desde los mandos (ya sean de forma escalonada policiales o militares) son acatadas sin que la barbarie que se siembra alrededor sea cuestionada, anulada toda voluntad por el miedo a lo desconocido y a ese “otro” que no se conoce y con el que jamás se ha contactado y al que se ha revestido adecuadamente de un halo de amenaza. Y triturado cualquier intento de disidencia a través de la violencia o la tortura, a pesar de que “Nadie cree realmente, pese a la histeria de las calles, que estén a punto de destruir el mundo de las tranquilas certezas en que hemos nacido. Nadie puede aceptar que hombres con arcos y flechas y viejos mosquetes oxidados que viven en tiendas y nunca se lavan y no saben leer ni escribir hayan aniquilado a un ejército imperial. Pero, ¿quién soy yo para burlarme de las ilusiones que nos ayudan a vivir?” (pág. 207)

Más allá de la lectura de denuncia de la colonización y dominación de los Imperios europeos o de la terrible situación que provocó el apartheid (más allá digo, pero no creáis que tan alegremente), trata, así lo veo yo, sobre el comportamiento colectivo dentro de un sistema injusto y depredador que no es enfrentado hasta que ya es demasiado tarde (para ellos mismos) y la propia búsqueda personal que a la larga deviene en fracaso. De hecho el Magistrado sabe que él ha sido parte de “eso” que ahora le abomina, tras haber vivido en carne propia el castigo que el Imperio (¿el sistema?) impone (aislamiento, hambre, tortura, humillación y denigración) a los “bárbaros”. En un momento dado reconoce que él era la mentira que un Imperio se cuenta a sí mismo en los buenos tiempos, y el coronel la verdad que un Imperio cuenta cuando discurren malos vientos (pág. 197).

Una escritura arcaica en unas tablillas de álamo indescifrables aparecen una y otra vez en el camino del Magistrado, intuyendo que se trata de una vuelta a un pasado que fue mejor y que ya se ha olvidado (“Sucumbiremos sin haber aprendido nada” pág.207) para dar paso a un mundo cerrado en si mismo, carente de un rasgo de humanidad frente al otro que vive fuera de él, excluyente e insolidario, donde el control y sus mecanismos asfixiantes aplastan al que estorba sin apenas resistencia (el anciano magistrado), sabedores de que pronto se olvida y se pasa página con gran rapidez. Lo que nos lleva a preguntarnos (entre muchas otras interrogantes); ¿quiénes son los bárbaros?.

¿Por qué no podemos vivir en el tiempo como el pez en el agua, como el pájaro en el aire, como los niños? ¡Los imperios tienen la culpa! Los imperios han creado el tiempo de la historia. Los imperios no han ubicado su existencia en el tiempo circular, sino en el tiempo desigual de la grandeza y la decadencia, del principio y el fin, de la catástrofe. Los imperios se condenan a vivir en la historia y a conspirar contra la historia. La inteligencia oculta de los imperios solo tiene una idea fija: cómo no acabar, cómo no sucumbir, cómo prolongar su era (pág.194)

Ficha:

  • Título original:  Waiting for the Barbarians (1980)
  • Idioma: Original: Inglés
  • Traducción al castellano:  Editorial Debolsillo (2013)
  • Traductores: Concha Manella y Luis Martinez Victorio
  • Otras ediciones: Editorial Random House
  • Premios: Premio de las letras sudáfricanas CAN

waiting-for-the-barbarians-by-j-m-coetzee

La cita que encabeza el comentario está sacada del poema de Kavafis, «Esperando a los bárbaros»

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